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viernes, 6 de enero de 2012

Horada las nubes y penetra al cielo...



Cualquiera diría que horada las nubes y penetra al cielo, tal vez por eso es el árbol que desde lejos se yergue como un atalaya señalando donde hay Camposanto.
Siento cada vez que oteo esa verde torre, una especie de emoción escalofriante, lo miro y me viene a la mente la Rima de Bécquer:  ¿Vuelve el polvo al polvo? ¿Vuela el alma al cielo? ¿Todo es vil materia, podredumbre y cieno? ¡No sé; pero hay algo que explicar no puedo, que al par nos infunde repugnancia y duelo, al dejar tan tristes, tan solos los muertos!que solos se quedan los muertos! Una especie de consuelo me posee, cuando pienso que los cipreses, son unos centinelas que les acompañan, su verdor se difumina en la distancia, mi mirada  se pierde en lontananza y ellos quedan allí, de pie bajo la lluvia, frente al sol. Solo Dios sabe si en un mudo lenguaje que no escuchamos ni entendemos, el ciprés canta, llora, consuela a las almas que yacen bajo la losa fría. El ciprés, llamado el árbol de la vida, es también un símbolo de la muerte y del alma. Al parecer, su cualidad de árbol perenne, siempre verde, de madera incorruptible, le ha hecho acreedor de su significación funeraria. Ya desde los tiempos paganos, se asocia con la idea de la muerte.  Para los griegos y algunos pueblos primitivos, lo consideraban como un atributo de divinidades infernales. Los romanos otorgaron al ciprés el adjetivo de fúnebre. Posiblemente esa es la causa de que encuentre en los cementerios. Su follaje oscuro y sobre todo su tronco, que, si se corta, nunca más vuelve a crecer, son otras ideas que lo relacionan con la muerte. El ciprés aparece esculpido en numerosas tumbas cristianas, en la simbología del cristianismo,  encarna la angustia, inmortalidad y mansedumbre y en heráldica, simboliza nobles sentimientos, como la idea de incorruptibilidad.

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¡Brindis!

Esta es la mejor cosecha, el brindis exquisito de las letras.